Estos días finales del año litúrgico el evangelio nos enseña a vivir mirando al desenlace de nuestras vidas: «Negociad mientras vuelvo». Algo tenemos que hacer de nuestras vidas mientras el Señor vuelve. La vida no es una sucesión de días, uno detrás de otro, hasta que se nos para el corazón. La vida se nos ha dado para algo. Podríamos decir que tenemos una vocación: Alguien nos ha llamado, ha querido nuestra existencia y le ha dado un propósito. El evangelio de los talentos, que escuchamos hoy no es una cuestión de eficiencia o productividad, es más bien una enseñanza acerca del valor de nuestra vida, de su significado. Hemos de vivir para aquello para lo que hemos sido hechos, y hemos sido hechos para Dios.
Una pregunta que tenemos los hombres es ¿cuánto voy ha vivir?, ¿llegaré a viejo o moriré joven?. Asociamos una vida plena a una vida larga, deseamos vivir mucho, para poder experimentar mucho. La humanidad ha dedicado muchísimos esfuerzos a hacer la vida del hombre sobre la tierra más larga, pero la cuestión fundamental no es cuánto voy ha vivir sino cómo. ¿Cómo voy a vivir?. ¿Cómo estoy viviendo?.
El joven macabeo de la primera lectura no vivió muchos años, pero vivió una vida plena. Fue fiel a Dios, a su pueblo, a su vocación, o sea, a quién era.
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